domingo, 29 de noviembre de 2015

Larra

     Nunca está de más releer los Artículos de Larra para darnos cuenta de lo poco que ha avanzado la sociedad española desde entonces, y de cómo los discursos de Larra y las críticas, que pone en boca de sus personajes, están muy por encima de los avispados modernos de hoy.

     Recomiendo a todo el mundo que no lo haya leído, que le eche un ojo y se deje de prejuicios hacia la literatura del siglo XIX, pues es bastante más progresista que mucha de la paja que se publica hoy en día.

Dejo un fragmento de "La educación de entonces" para que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

[...] Y ¡qué enseñanza! En aquellos tiempos ponía usted a su muchacho, si lo tenía, en la Escuela Pía o cosa semejante, y sabía usted que le enseñaban latín y su buen carácter de letra, que era un primor; y no le parezca a usted: todo esto, en poco menos de diez o doce años. ¡Ya ve usted! Pues ¿ahora? ¿Eh? Ha de saber el niño en un abrir y cerrar de ojos francés, inglés, italiano, matemáticas, historia, geografía, baile, esgrima, equitación, dibujo... ¡Qué sé yo! Sin conocer que eso no es para nuestro carácter. Sin ir más lejos, yo tengo un sobrino cuyo padre dio también en la flor de las reformas y de las ideas nuevas. Le puso al muchacho tanto divino ayo, y maestro, y pedagogo, que no tenía un momento en el día para rebullirse. Y ¿qué sucedió? ¿Qué había de suceder? Se quedó el muchacho pálido, seco como un esparto... Daba lástima verlo. ¡Y dale, que había de estudiar, y que había de...! Pues estudio fue, que... En fin, dos meses hace no más que murió.

 -¿Qué dice usted? ¡Angelito! ¿Y murió de estudiar? 

-No, señor; murió de un cólico; pero voy a lo que es...

-Por supuesto. ¡Qué lástima! -Es claro. ¿Y para qué es toda esa prisa? Para que el niño sepa y alterne en una sociedad en cuanto le apunte el bozo, y baile y hable con el tiempo en público, y...

-¡Bravo, señor don Pedro, bravo! No se puede decir más.

-Pues, ¿y las muchachas, qué recogidas se criaban, en un santo temor de Dios, sin novelicas, ni óperas, ni zarandajas? Verdad es que eran un poco más hipócritas; pero ¡mire usted qué malo! A lo menos no daban que decir. En el día, los libricos empiezan a alborotarlas los cascos, se acaloran, y al primer querido que concluye la obra que empezaron los libros, ¡paf!, sólo el diablo sabe lo que anda: se le casa a usted, si es que se le casan, poco menos que sin pedirle licencia. [...]

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